Sentía que cada mañana era lo mismo. Su rutina desde hacia algunos años no variaba. Solo los toques de color alegraban o descuidaban esos movimientos casi perfectos que coreografiaba cada día casi de forma automática. Desde hacía tres años su vida se desarrollaba dentro de las cuatro paredes de una residencia. Tan solo tenía 43 años, pero su demencia galopante no le permitía gozar de la independencia de la que siempre había presumido.
Mujer de negocios, adelantada a su tiempo, vital y preciosa. Una mujer de bandera, como la solían describir. Sonsoles había levantado grandes pasiones allá por donde pasaba. No era por presumir, pero todavía repetía en sus momentos de lucidez cómo hombres y mujeres se giraban por la calle a su paso. Cómo le hacia sentir. Lo poderoso de un momento tan íntimo y especial. Ahora todo aquello solo formaba parte del recuerdo. Y además, un recuerdo efímero, distante y posiblemente algo difuso. (más…)